GRANADA Y LORCA

Granada ama lo diminuto. El lenguaje del pueblo pone los verbos en diminutivo. Granada, quieta y fina, ceñida por sus sierras y definitivamente anclada, se busca a sí misma sus horizontes. Se limita el tiempo, el espacio, el mar, la luna, las distancias, y hasta lo prodigioso: la acción. No queremos que el mundo sea tan grande ni el mar tan hondo.  Hay necesidad de limitar, de domesticar los términos inmensos. 

Granada no puede salir de su casa. No es como las otras ciudades que están a la orilla del mar o de los grandes ríos, que viajan y vuelven enriquecidas de lo que han visto. Granada, solitaria y pura, se achica, ciñe su alma extraordinaria y no tiene más salida que su puerto natural de estrellas. El pequeño palacio de la Alhambra, palacio que la fantasía andaluza vio mirando con los gemelos al revés, ha sido siempre el eje estético de la ciudad. Parece que Granada no se ha enterado de que en ella se levantan el palacio de Carlos V y la dibujada Catedral. No hay tradición cesárea  ni tradición de haz de columnas. Granada todavía se asusta de su gran torre fría y se mete en sus antiguos camarines con una mata de arrayán y un chorro de agua helada para labrar en dura madera pequeñas flores de marfil.

Federico García Lorca

imágenes- wikipedia

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