GAUGUIN Y VINCENT


Vincent, en la época en que llegué a Arlés — cuenta Gauguin en su “Diario íntimo” —, estaba en plena corriente de la escuela neoimpresionista. Encontró muchas dificultades, sufriendo como consecuencia de ello. Con todos esos amarillos sobre violados, todo este trabajo en colores complementarios, un trabajo suyo desordenado, no realizaba  nada sino las más suaves de las armonías, incompletas y monótonas. Faltaba en ellas el sonido de la trompeta. Emprendí la tarea de ilustrarlo: fue una tarea fácil,  por cuanto encontré un suelo rico y fértil, como todas las naturalezas originales que están marcadas con la estampa de la personalidad. Vincent no tenía miedo a los demás y no era testarudo. Desde ese día vivimos progresos asombrosos; parecía adivinar todo lo que tenía ante sí, y el resultado fue aquella serie de efectos de sol y más  sol a plena luz. Cuando llegué a Arlés,  Vincent estaba tratando de encontrarse a sí mismo, mientras yo, que era mucho más viejo, era un hombre maduro. Pero debo algo a Vincent,  y es la conciencia de haberle sido útil, la afirmación de mis propias ideas originales acerca de la pintura. Y también, en momentos difíciles, el recuerdo que se guarda de otros más desgraciados que uno mismo. La última carta que recibí estaba fechada en Auvers, cerca de Pontoise. Me decía que había esperado en recuperarse lo suficiente para reunirse conmigo en Bretaña,  pero que ahora se veía obligado a reconocer la imposibilidad de su cura. “Querido maestro”  (única vez que haya usado  esta palabra), “después de haberte conocido y causado sufrimiento, es mejor morir en un buen estado mental que en uno degradado”. 


Buscad la armonía — sigue anotando Gauguin en su “Diario” — y no el contraste, lo que concuerda y no lo que choca.  Es el ojo de la ignorancia el que asigna un color fijo e invariable a cada objeto; tened cuidado con este obstáculo. Practicad pintando un objeto en conjunción con otros objetos de colores similares o diferentes. De esta manera gustaréis por vuestra propia variedad y veracidad. Pasad de lo oscuro a lo claro, de lo claro a lo oscuro. 

El  ojo busca renovarse mediante vuestro trabajo; dadle alimento para su goce, no excrementos. Sólo el pintor de letreros copia el trabajo de otros. Si  reproducís lo que otros han hecho no sois sino hacedores de remiendos. 


Dejad que todo en torno a vosotros respire la calma y la paz del alma. Evitad, pues, el movimiento en una pose. 

Cada una de vuestras figuras debe estar en una posición estática. Estudiad la silueta de cada objeto;  la claridad de los contornos es el atributo de la mano que no está debilitada por ninguna vacilación de la voluntad. 

José Julio Perlado

(Imágenes- 1- paisaje de Martinica – 1887 – National Gallery/ 2-la cosecha de mangos- 1887- museo Van Gogh- Amsterdam/3- orilla del mar- 1887- colección privada/ 4- página del Diario de Gauguin-museo del Louvre/ 5– Primavera sagrada- 1897- museo de Le Hermitage)

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