
El otro día estuve pensando en lo que yo había leído sobre Hooper y el cine y en lo que me habían contado sobre los vasos comunicantes que, al parecer, existían entre su pintura y la cinematografía, y recordé que Hooper, cuando estaba cansado de pintar, había confesado que solía entregarse a devorar películas una y otra vez como escapatoria para su fatiga o como estímulo creativo. Así se habían ido levantando poco a poco en su interior, casi sin darse él mucha cuenta, una multitud de escenas, tanto en el lienzo como en la pantalla, como por ejemplo el tema de las ventanas simultáneas, superpuestas y mezcladas que no se sabía bien si pertenecían al mundo de Hitchcock o al de Hooper; como cuando en el film ”La ventana indiscreta”, el flaco James Stewart apoyaba su ojo en su largo prismático y, en medio de la urbanización de la noche, descubría de repente sospechas sobre un drama imprevisto. Aquella ventana indiscreta espiaba a multitud de otras ventanas aparentemente discretas con sus intimidades, y a su vez el ojo de Hooper quedaba reflejado en ventanas esencialmente lisas y blancas, abiertas sobre cuartos vacíos, asomadas al cielo o al mar. Lo mismo ocurría en cuanto al cine y la pintura ante fachadas de ciertas casas que luego se harían inolvidables. Cuando Hooper pintaba en 1925 su “Casa junto a la vía del tren”, no podía imaginar que treinta y cinco años después , en 1960, apareciera de repente en una de las altas ventanas de esa casa, en medio de la noche, la sombra de Anthony Perkins disfrazándose y desdoblando su personalidad para actuar violentamente en ”Psicosis”. La casa naturalmente no era la misma que había pintado Hooper años atrás, pero su imagen se había quedado en la memoria de Hitchcock y las nieblas nocturnas la habían ido levantando cinematográficamente para la escena de la ducha, el cuchillo, y el suspense.
José Julio Perlado

(Imágenes- wikipedia)