Marie Curie encontró un cavernoso hangar en la escuela en que su marido daba clases anteriormente a los estudiantes de medicina. Lo habían usado como sala de disección hasta que se consideró que el espacio no era apto para ello. Apenas había ningún mueble, el techo tenía filtraciones y la única fuente de calor era una vieja estufa de hierro. Parecía una cuadra o un almacén de patatas. Desde el inicio Pierre se concentró en la física y Marie se encargó de la química, lo que requería horas de trabajo físico y agotador.
“Cada vez tenía que usar por lo menos veinte kilos de material — decía Madame Curie—por lo que el hangar quedaba inundado de recipientes llenos de precipitados y líquidos. Mover los contenedores por la sala era agotador así como transferir los líquidos y remover durante horas el material incluyendo el recipiente de hierro fundido con la ayuda de una barra de hierro. Al inicio del proyecto a veces me pasaba todo el día de pie vigilando el material, hirviendo y removiendo una barra de metal que pesaba lo mismo que ella. Al final del día estaba completamente agotada. Fue una época heroica de nuestra existencia común. A pesar de las dificultades de nuestras condiciones de trabajo nos sentimos felices. Los días transcurrieron en el laboratorio. En nuestro mísero hangar reinaba una gran tranquilidad. A veces, al atender alguna operación,nos paseábamos de arriba abajo, hablando de la labor presente y futura. Cuando teníamos mucho frío, una taza de té caliente, tomada cerca de la estufa, nos confortaba. Vivíamos en una preocupación única, como en un sueño. “
José Julio Perlado
Imágenes- 1- los esposos Curie- wikipedia / 2 y 3 _ Marie Curie y sus hijas en 1908 – Portrait Wellcome Library, London.
«La nave de los locos», el cuadro de El Bosco, ha supuesto diversos estudios sobre la relación entre locura y agua, tema que trata Foucault en su Historia de la locura». Aguas tumultuosas en «La balsa de la medusa» , de Gericault, considerada por el gran crítico ingles Kenneth Clark como una obra maestra. Y de las conchas marinas habla Ovidio en «La Metamorfosis». Como del misterio de las conchas, su simbolismo y su relación con el mar harán un estudio el antropólogo francés Roger Caillois o el historiador rumano Mircea Eliade
Entre las criaturas del agua tratadas por las artes están las Náyades y ninfas que pueblan fuentes , lagos y ríos y que aparecen a través de los siglos; hijas del Océano son llamadas por poetas anteriores a Cristo y llegarán a lienzos de Renoir o de Picasso. Como también las Nereidas, nietas del Océano, que viven en el fondo del mar y que pintará Delacroix, esculpirá Rodin y pondrá música Dvorak en una balada. Plinio el Viejo, en su «Historia natural «, habla de la aparición de «un hombre marino», un hombre-pez en la bahía de Cádiz, uno de los innumerables «hombres-peces» que asoman a lo largo de la Historia. En el teatro, el francés Giradoux, en «Ondine» (1933) nos llevará hasta la historia dramática de un espíritu del agua .También en el teatro, una criatura del mar como la sirena en «La sirena varada» (1934) de Alejandro Casona nos acercará a las ensoñaciones del mar.
Jane Austen nunca vivió sola y no tenía apenas ocasión de estar a solas en su vida cotidiana. Su último hogar fue una casita en la aldea de Chawton, en Inglaterra. Allí vivió con su madre y su hermana y con una amiga íntima y tres sirvientes, aparte del flujo continuo de visitantes, a menudo inesperados. Allí revisó sus primeras novelas, “Juicio y sentimiento” y “Orgullo y prejuicio” y escribió otras tres, “ Mansfield Park” , “Emma” y “Persuasión”. Se cuidaba de que los sirvientes, o cualquier otra persona ajena al círculo de su familia, no sospecharon cuál era su ocupación. Escribía en hojitas de papel que podían guardarse fácilmente, o cubrirse con un trozo de papel secante. Entre la puerta de entrada y las estancias había una puerta de vaivén que crujía al abrirse, pero ella nunca quiso reparar aquella pequeña molestia, pues le avisaba cada vez que se acercaba alguien. Jane Austen se levantaba temprano, antes que las demás mujeres y tocaba el piano. A las nueve organizaba el desayuno familiar, su única tarea doméstica significativa. Luego se ponía a escribir en el salón, a menudo con su madre y su hermana cosiendo en silencio junto a ella. Si llegaba alguna visita, ocultaba sus papeles y se entregaba a la costura. La cena, la comida principal del día, se servía entre las tres y las cuatro. Después había conversación, juegos de naipes y té. Por la noche se solía leer en voz alta trozos de novelas, y entonces Austen le leía a su familia pasajes de la obra que tuviera en marcha. Su familia respetaba su trabajo, y su hermana Casandra asumió el grueso de las tareas de la casa, un alivio inmenso para la novelista, quien una vez escribió: “Me parece imposible componer con la cabeza llena de trozos de cordero.”
José Julio Perlado
Imágenes- 1 Jane Austen/ casa de Jane Austen- wikipedia
Este señor que ha pronunciado tantas conferencias en su vida y que ha preparado también ésta de hoy con enorme cuidado, se asombra de no tener público esta tarde en el auditorio. El público, piensa este señor con absoluta tranquilidad y serenidad de ánimo, ha debido de escoger otras opciones y este señor lo admite con esmerada educación, porque él es muy educado, y lo importante para él es que se ha preparado muy bien esta conferencia, como hace siempre, esta vez sobre la moda en la Corte de Felipe ll ; y por tanto, y como ya lo tenía previsto y lo ha hecho tantas veces en su vida, se sienta primero en la altura de la tribuna de este gran auditorio ahora vacío, extrae despacio unas hojas muy ordenadas que lleva en su cartapacio, se anima a beber un sorbo de agua, acerca más la lamparita de luz para ver mejor las cuartillas, se pone unas gafas y comienza a hablar. Le anima mucho, que ha distinguido al menos, en el centro de la cuarta fila del gran auditorio, al único oyente que tiene esta tarde, un hombre solitario, de chaqueta oscura y pantalón gris, que ha acudido a esta conferencia, y que parece ser un señor muy similar físicamente a él, al conferenciante, un señor de mediana edad,que da la impresión de ser también muy educado, y que ahora le está mirando fijamente, dispuesto a escuchar. Entonces este señor que tantas conferencias ha pronunciado en su vida, comienza dirigiéndose directamente al único oyente que tiene: “Buenas tardes: como usted sabe muy bien (se atreve a decirle fijando en él su mirada y procurando modular las palabras para parecer más amable), “las características de la moda en la corte de Felipe II son las siguientes: la supresión del escote, los cuellos altísimos, las gorgueras rematadas por pedrería, el predominio de los tonos oscuros, la rigidez de la línea, la profusión y riqueza de los adornos y los sombrerillos que se unen a los chapines en las damas para prolongar su silueta y obtener así un conjunto de suntuoso y severo refinamiento.”
Entonces este señor que tantas conferencias ha pronunciado en su vida, se detiene un momento, levanta la vista hacia el auditorio y, mirando fijamente al único oyente que tiene, intenta averiguar qué efecto han podido producir sus palabras. Pero sus primeras palabras, por ahora, no han producido el menor efecto. Son palabras introductorias, se dice el veterano conferenciante a sí mismo, palabras que por un lado resumen y por otro anuncian lo que aún le falta por decir. Pero le extraña que el único oyente que tiene esta tarde no se ha movido ni siquiera un milímetro de su asiento, no ha tosido, no se ha cambiado de postura. Sigue en el centro de la cuarta fila del gran auditorio vacío mirando con fijeza al conferenciante y dispuesto a continuar escuchando.
Entonces este señor que ha pronunciado tantas conferencias en su vida, bebe un sorbo de agua, se limpia los labios con una pequeña servilleta, vuelve a ponerse las gafas y continúa: “”El traje femenino se componía de jubón, saya entera, cuya parte superior se llamaba cuera, lo mismo que en el traje masculino, y falda cuya línea marcaba el verdugado; capas cortas, sobretodos y galerillas; altos chapines, y para la cabeza cofia y sombrerilllo a la usanza masculina. El traje masculino, por su parte, se componía de calzas, jubón, cueras, y como prenda de abrigo, el tabardo y la capa. Entre los accesorios, los guantes era imprescindible complemento de todo atavío elegante, ya fuera femenino o masculino.”
Vuelve a detenerse este señor que ha pronunciado tantas conferencias en su vida, se vuelve a quitar las gafas y mira al auditorio; se ha detenido un momento por si detecta alguna reacción, aunque sea mínima, en el único oyente que tiene esta tarde, pero nada detecta, todo sigue igual: el señor del centro de la cuarta fila sigue mirándole fijamente, quizá está esperando más de la moda en la Corte de Felipe ll, no se sabe bien qué.
Entonces el señor que ha dictado tantas conferencias en su vida, bebe un poco de agua, se pone de nuevo las gafas y se lanza ahora algo más animado a explicar el traje de la reina Isabel de Valois cuando el 28 de marzo de 1560 llega a Guadalajara procedente de Francia. Y esto lo hace con cierto ánimo porque cree que ello ilustrará mejor su relato y seguramente despertará algo más la atención del único oyente que tiene, sobre todo cuando él le explique el tema de los lazos, de las mangas y del tocado. Por tanto, este señor tan experto en conferencias, reanuda con cierto ímpetu sus palabras: “Las mangas se confeccionaban por separado, dice, y se anudaban después al traje y sus formas eran variadísimas. En el inventario de ropa que trajo la reina Isabel de Valois a España se citan “mangas a la española, a la piamontesa, a la milanesa, seis pares de mangas de tela y oro y plata, mangas de raso de diversos colores y cuatro pares de brazaletes. Y entre los distintos adornos se dice también que traía doce docenas de lazos de seda”.
“Esto de las mangas, se dice a sí mismo el veterano conferenciante, ha tenido que interesarle algo a este señor que está ahí, porque a mí al menos sí me interesó cuando lo descubrí, aunque no sé si interesa a todo el mundo.” Pero en eso pone toda su esperanza. Sin embargo, cuando levanta otra vez la vista y comprueba que el oyente no se ha movido en absoluto, que tiene su pierna derecha cruzada sobre su pierna izquierda y que sigue mirando fijamente al conferenciante, este señor que tantas conferencias ha dado en su vida, se queda algo perplejo porque piensa que este oyente solitario lo único que debe estar esperando es saber algo más sobre la moda en la Corte de Felipe ll.
Entonces este señor que ha sido siempre un maestro y experto en dar conferencias durante toda su vida, toma una importante decisión. Se salta a conciencia varias páginas del texto que tiene preparado porque, piensa, y así le parece bien, que puede haber cosas quizá demasiado aburridas para el único oyente que tiene y que no puede perder, y por tanto separa a un lado todas las cuartillas referentes a la basquiña de alcuza y al verdugado, y no habla, pues, de la basquiña de alcuza, que era una falda cortada por la misma traza que el manteo y en realidad de forma muy semejante a nuestras actuales faldas acampanadas, y el verdugado, en cambio, que era una saya interior para debajo del vestido, como un corsé de falda y efectos contrarios al corsé de busto y su papel era ahuecar y mantener tenso el vestido exterior. Todo esto se lo salta muy a pesar suyo.
En cambio ahora este señor que ha dado tantas conferencias, se centra directamente en el traje masculino encarnado en la persona de Felipe II. “Yo — dice muy decidido este conferenciante —hubiera querido traer aquí esta tarde ( y eso lo dice sin dejar de mirar fijamente al solitario oyente de la cuarta fila), una imagen del retrato que Tiziano pintó de Felipe ll; eso hubiera querido hacer, pero no me ha sido posible. Como usted sabe bien, le continúa diciendo directamente al único espectador solitario, en ese retrato de Tiziano, Felipe ll viste unas calzas, un ropón ancho y suelto, el tabardo o gabán que comenzó a llevarse a finales del siglo XV como prenda de abrigo, confeccionado en géneros costosísimos,como son siempre el brocado de oro guarnecido de pasamanos también de oro y forrado de pieles riquísimas. Y allí se ven también adornos en oro y en las aberturas asoma el raso blanco y sobre el pecho el Toisón.
Y aún añade este señor que tantas conferencias ha dado en su vida, algo sobre la capa y el ferreruelo, las calzas y los gregüescos, pero sin insistir demasiado porque ha pensado dedicarle a su fiel oyente una inesperada sorpresa final, un regalo como premio a su completa atención. Así le empieza a hablar de cómo doña Isabel de Valois, cuando en 1560 llega a Guadalajara, ella tiene 18 años y don Felipe 33. Pero el conferenciante aún quiere sorprender más a este señor del centro de la cuarta fila del auditorio, y sorprenderle con algo que esté más alejado del tema de su conferencia, y tras describir que el Rey vestía entonces calza y jubón blanco, cuajados de oro de canutillo y piezas de martillo, ropa francesa de terciopelo morado toda llena de oro y muchas piedras, le cuenta brevemente el viaje a Toledo de los Reyes. Toledo , dice el conferenciante, echó ese día la casa por la ventana para recibir a la nueva reina. Su galante esposo, el día adelantado quiso que todo lo que estuviera aparejado se dedicase exclusivamente a la joven soberana. Por eso a las puertas de la muralla, muy hermoso y sosegado caballo blanco guarnicionado de terciopelo morado, con oro y perlas, frenos y estribos de plata dorada, riendas de oro, arzones esculpidos en plata, tomó sobre sus lomos a la Reina y la paseó en triunfo por la población, bajo improvisados arcos monumentales. Y visitando la catedral por Zocodover arriba, alcanzó así Isabel la morada regia donde, ya de noche, le esperaba su marido.
En ese momento este señor que tantas conferencias ha pronunciado en su vida, se quita las gafas, bebe un sorbo de agua, ordena las cuartillas para meterlas de nuevo en su cartapacio, y mira al fondo del auditorio. Da por terminada su actuación. Por primera vez en la tarde advierte que el único oyente que tiene se ha movido: ha movido su pierna derecha, la que tenía apoyada sobre su pierna izquierda, y la ha enderezado un poco. Luego, lentamente, ha levantado las manos y, con las palmas abiertas, ha aplaudido. No ha aplaudido mucho pero sí lo ha hecho con ímpetu, al conferenciante incluso le parece que ha aplaudido con convicción.
Entonces este señor que tantas conferencias ha dado en su vida, le dice “buenas tardes”, a este único oyente, le da las gracias, se levanta de la silla, apaga la luz que iluminaba la mesa, y, de pie,hace una ligera inclinación de cabeza mirando siempre al oyente, lo que es un leve reconocimiento de gratitud hacia el único espectador que ha tenido.
Luego da media vuelta y con un gran paso tranquilo desaparece por la parte del fondo.
Cuenta la norteamericana Ruth Stiles Gannet en “Mi hermano el Dragón” que la Isla Salvaje estaría probablemente en el océano Atlántico unida a la isla Mandarina por una cadena de rocas. La superficie de la isla se reparte entre la jungla con una angosta franja de playa; un río de márgenes pantanosas la divide casi en dos. En la jungla hay jabalíes, monos, tortugas, tigres que mascan chicle, rinocerontes, leones, gorilas y cocodrilos aficionados al chupete. Un tal Elmer Elevator oyó hablar de la Isla Salvaje a un gato callejero que había adoptado y decidió viajar hasta allí. Una vez en la isla, rescató a un dragón indefenso que se había caído de una nube baja y al que otros animales utilizaban como transporte para pasar de un lado al otro del río. En la orilla hay un poste donde se lee todavía: “Para llamar al dragón, tire de la manilla. En caso de alteración del orden informe de inmediato al gorila”. La manilla en cuestión estaba sujeta a una cuerda cuyo extremo se ceñía al cuello del dragón. Hoy en día el viajero deberá usar una balsa para cruzar el río.
Swoonarie es una isla del archipiélago de Riallaro, al sudeste del Pacifico, cuyos habitantes inventan cosas maravillosas, como un crisol para extraer plata de la luz de las estrellas, palas para aplastar las montañas y convertirlas en llanuras y aparatos para contrarrestar la fuerza de la gravedad. Sin embargo estos inventos jamás se utilizan porque nadie tiene el ánimo suficiente para hacer nada con ellos, pues los indígenas consumen un narcótico llamado “ailool” que los adormece, con lo que toda tarea queda abandonada ( Así lo escribía Godfrey Sweven en 1901)
Imágenes- 1- isla de Socotra -Yemen/ 2-isla Sable- Nueva Escocia
Tres ciudades, entre otras muchas, pueden destacarse en torno al agua: Granada, Santiago, Venecia. En Granada todo acontece en el agua y sus fuentes, en Venecia lo sólido apenas existe, es una ciudad conformada por agua.
Lorca refiriéndose a la Alhambra, inventa un personaje, don Alhambro, excelente catador de aguas en la Alhambra y escribe que allí «el agua sabe a violetas» y » el agua sabe a reina Mora». Sobre Venecia, lógicamente, aparecen muy numerosos testimonios: Piero Bevilacqua habla de » auténticas ciudades para peces construidas segun las reglas de la naturaleza». Por su parte, el escritor y pintor inglés Adrián Stokes, al hablar de Venecia, señala que » el agua y la piedra construida en Venecia se da vida la una a la otra: están en paz». Hay en Venecia un agua horizontal en su laguna, como recordará Ruskin en el siglo XlX en «Las piedras de Venecia» y también lo hará el bosnio- croata Matvejevic en «La otra Venecia». Granada siempre será un gran tema y de la ciudad de Santiago, piedra y agua, hablará Julio Caro Baroja. El agua fluyente de Santiago habla de una ciudad conformada por la lluvia y su sucesivo discurrir. «Venecia es liquida, transparente, de vidrio», dice Ramón Gaya. Y Canaletto y Guardi nos llevarán siempre por aguas de Venecia. El poeta ruso Brodsky dedicará a Venecia su libro » Marca de agua» y Paul Morand hablará de Venecia como «la ciudad nenúfar en la que cada calle es el Sena». «Venecia es un pez» titulará su libro el escritor italiano contemporáneo Tiziano Scarpa destacando que la ciudad vive del agua. Dentro de Venecia, el arquitecto Le Corbusier escribirá su estudio «La lección de la góndola», en 1934. Caminos de agua venecianos que recorren las góndolas desde 1094, como recuerda Lewis Mumford . Hay también «calles-río» en Nápoles, la arquitectura y el agua se unen en la arquitectura acuática del Foro Bonaparte, en Milán. La «Fontana de Trevi» de Roma reinventa el agua y la arquitectura. Y al arquitecto Carlo Scarpa se le llamará el «artesano del agua.’ Y debajo del agua aparecerán asimismo esculturas. Las realiza el británico Jason Taylor que ha trazado el MUSA (Museo Suacuático de Arte), y que ha colocado en las Bahamas una escultura de 60 toneladas de peso bajo el agua y 485 esculturas sumergidas en distintos mares del mundo.
En cierta ocasión, Chanel — escribía Truman Capote—, un enjuto y pulcro gorrión, locuaz y animado como un pájaro carpintero, dijo en mitad de sus inacabables monólogos, refiriéndose a esa costosísima apariencia suya de pobre huerfanita que lleva décadas: “Córtame la cabeza, y parecerá que tengo trece años”. Pero su cabeza ha estado siempre muy bien asentada, y es que no cabe duda de que la afianzó mucho tiempo atrás, cuando realmente tenía trece años, o unos pocos más, y un acaudalado “amable el caballero”, el primero de una serie de agradecidos y bienintencionados mecenas, le preguntó a la menuda Coco, hija de un herrero vasco que le había enseñado a ayudarle a herrar los caballos, si prefería las perlas negras o las blancas. Ni las unas ni las otras, le respondió; lo que prefería, querido, era el capital para montar una pequeña tienda. Y así surgió Chanel, la visionaria de la moda. Que las creaciones de un modisto puedan ser o no consideradas importantes aportaciones culturales( y tal vez lo sean: un Bainbocher o un Balenciaga son hombres cuya trascendencia como creadores es mucho más auténtica que la de varias capillas de poetas y compositores que me vienen a la mente) es irrelevante, pero una profesional impura y sincera como Chanel despierta un interés documental, parcialmente recogido en fotografías de su cambiante rostro: una la muestra con una amada cuyo retrato cuelga dentro de un medallón con forma de corazón, otra como una prosaica y ávida arribista; si uno se fija en la tensión de su tirante cuello recuerda a una planta, una vieja y resistente planta perenne que se alza todavía, aunque ya está un poco seca, hacia el sol del éxito que florece invariablemente en el gélido cielo de la ambición para los seres inconsolables llenos de talento, ebrios de deseo y alimentados por la vanidad, cuya implacable energía propulsa la maquinaria que arrastra el aletargado resto de los mortales . Chanel vive sola en un apartamento enfrente del Ritz”
Escribí “Las memorias de Adriano” de noche. Recurrí también a la escritura automática pero a la mañana siguiente quemaba esas páginas. En mi opinión cuando se escribe sobre un personaje de novela se debe saber sobre éste mucho más de lo que se dice. Es la comparación tan gastada de la punta del iceberg. En cuanto a “Adriano” , por ejemplo, están todos los años de juventud, los años de guerra, los años de ambición, en el curso de los cuales se esfuerza por convertirse sucesivamente en oficial del estado mayor de Trajano, cónsul, gobernador. No sabemos casi nada más; sin embargo, se debe intentar saber todo, recrear todo a través de los documentos de la época, el “currículum vitae “ de otros funcionarios importantes ; se debe estar capacitado para poder decir todo, pero no decirlo porque no es importante. En la composición del libro tardé tres años. Cuando se toma la decisión todo va muy rápido. Tres años de trabajo continuo, de no hacer más que eso, de vivir en simbiosis con el personaje, al punto de comprender a veces que mentía y dejarlo mentir. Recomponía como todo el mundo, conscientemente o no. Creo que Adriano mintió bastante respecto de su elección, de su llegada al poder; debe haber sabido algo más de lo que me dijo. Dejó flotar cierta incertidumbre. El escritor es el secretario de sí mismo . Cuando escribo,cumplo una tarea, estoy bajo mi próximo dictado, en cierto modo; hago el trabajo difícil y cansado de poner en orden mi propio pensamiento, mi propio dictado.
Pero las aguas del mar han entrado también en la ciencia ficción. Arthur C. Clarke, en su obra » En las profundidades » (1957), describe cómo el hombre ha «domesticado» el mar, y aparecen rebaños de ballenas pastoreados para su explotación. Y habrá que recordar sin duda la isla desaparecida en el mar, la Atlántida, descrita por primera vez por Platón. Por otra parte, la literatura y los libros han desaparecido muchas veces en el mar. Al naufragio del «Campania», o en 1882 de «La Boussole», hay que añadir las dos bibliotecas que guardaba el «Titanic» y que se tragaron las aguas.
Y dentro del mar, LAS OLAS que siempre serán motivos musicales en Couperin. Hokusai muestra su famosa ola, en el siglo XlX, en » Ola en alta mar» en sus 36 vistas del Fuji» y Virginia Woolf titula «Las olas», novela donde el lenguaje se entrecruza en «olas» de conversaciones.-
José Julio Perlado
(Imágenes- 1- Hokusai/ 2- visión del Titanic- wikipedia)
Los escritores deberían aprovechar todas las oportunidades de aprender cosas sobre las profesiones de otras personas— aconsejaba Patricia Highsmith —, ver cómo son sus cuartos de trabajo, oír de que hablan. Variar la profesión de sus personajes es una de las tareas más difíciles con que se enfrenta un escritor cuando ya ha escrito tres o cuatro libros, cuando ya ha utilizado las pocas profesiones de las que sabe algo. No son muchos los escritores que una vez se dedican de lleno a esta profesión tienen la oportunidad de aprender cosas sobre otros tipos de trabajo. En una ciudad pequeña de esas donde todo el mundo se conoce ,la cosa puede resultar más fácil. Puede ser que el carpintero le permita al escritor, y le acompañe,a hacer algún encargo.
O un amigo abogado tal vez le dejará estar presente algún día en su despacho y que pueda tomar notas. Una vez tuve un empleo durante la temporada alta en unos grandes almacenes. Era un escenario caótico, con sonidos de gente y con un ritmo nuevo bastante frenético, pero era un manantial inagotable de pequeños dramas que uno podía observar en los clientes, en los compañeros y los directivos que eran muy engreídos. Ese escenario nuevo y con ese horario nuevo fue para mi de gran provecho para mis obras. El escritor debe observar bien todos los nuevos escenarios que se le presenten, tomar notas, sacar partido de ellos. Lo mismo cabe decir de los pueblos, ciudades y países nuevos, o incluso de calles que nunca ha visto antes. Una calle miserable en alguna parte, llena de cubos de basura, chiquillos y perros vagabundos es tan fértil para la imaginación como una puesta de sol en Sunión, donde Byron grabó su nombre en una de las columnas de mármol del templo de Apolo.
Imágenes- 1- carpintería en La Habana/ 2-comercio al aire libre en Butsuana- 3- wikipedia
Me dijo el joven criado Kamante — (cuenta Isak Dinesen)
—Msabu, ¿crees que tú misma puedes escribir un libro?
Le respondí que no lo sabía.
Para figurarse una conversación con Kamante hay que imaginarse una pausa larga y grávida antes de cada frase, como si tuviera una profunda responsabilidad. Todos los nativos son maestros en el arte de las pausas y de este modo dan perspectiva a una discusión. Kamante hizo una pausa así, y luego dijo
—Yo no lo creo.
Yo no tenía a nadie con quien hablar de mi libro: así que dejé a un lado mi papel y le pregunté por qué no. Descubrí que había estado pensando en aquella conversación previamente y que se había preparado para ella; tenía detrás suyo la mismísima Odisea y la depositó sobre la mesa.
— Mira, Msabu éste es un buen libro. Está unido de un extremo a otro. Hasta si lo levantas y lo sacudes con fuerza no se hace pedazos. El hombre que lo ha escrito es muy listo. Pero lo que escribes — prosiguió con una mezcla de desprecio y de amable compasión — está un poco ahí y otro poco allá. Cuando la gente se olvida cerrar la puerta, el viento lo mueve, se cae al suelo y entonces te enfadas. No será un buen libro.
Le expliqué que en Europa lo juntarían todo.”
Imágenes-1- Karen Blixen en 1913/ 2- las colinas de Ngong
Al menos 90 poetas españoles han dedicado sus versos a las aguas del mar, según quiso recoger José Manuel Blecua. Desde los poemas galaico-portugueses, pasando por el medievo, atravesando motivos mitológicos, surcando temas heroicos y picarescos, materializando aguas marinas, y volviendo a atravesar la poesía romántica para lllegar a las costas contemporáneas con Rubén Darío o con el modernista canarioTomás Morales que escribe así sobre el carro de Neptuno: «el agua que inundara los flancos andarines chorrea en cataratas por el pelo luciente». El agua ha estado unida a Becquer o a Góngora, Quevedo, Lope y a tantos otros hasta llegar a la ausencia y la nostalgia del mar en «Marinero en tierra» de Alberti.
Sorolla refleja el mar como nadie en la blancura de sus playas. Turner pintará tormentas en el océano y Berlioz en la música compondrá a su vez esas tormentas en el mar con sus impresionantes aguaceros.Tempestades también de agua en Listz, en 1830 y en Richard Strauss en 1915 . Y del mar se han escrito páginas admirables e innumerables, como las de Melville o de Conrad.
«»El mar, el mar, sin cesar empezando » , evoca Valery en «El cementerio marino». Leonardo habla del color de la atmósfera y del color azul del mar.»La mar, hija de gotitas y madre de vapores», dirá el arquitecto Le Corbusier. Él, en su «Poema del ángulo recto» habla sobre el agua. «Mar, inmensa masa líquida que tiene en suspensión átomos de todos los cuerpos del planeta», – dirá igualmente Valery en sus » Escritos sobre el arte»- «El mar es un niño, juega y no sabe bien lo que hace”, comentará Debussy. A la vez, la fragilidad de un niño se enfrentará a la cólera del océano en «El mar» de Michelet y por otro lado, siglos después, un niño querrá «levantar la piel del mar para ver el perro que duerme bajo el agua» en un famoso cuadro de Dalí en 1950. Esa relación del niño con el mar la expondrá igualmente Balzac en «El niño maldito», cuando un niño esté consagrado desde la cuna a la cólera del océano.