
Entonces don Miguel se asustó de lo deprisa que corría su pluma en el episodio de la muerte del Quijote, cuando el ama y el barbero están con él, y pensó en todos los esfuerzos anteriores y quedó extrañado. Tardó dos noches en llegar al final. Iba a rubricar ya su firma en la página última y estaba como enfebrecido de hambres y de vigilias cuando al ir a poner su pluma en el papel vio en la parte baja, escrito ya, su propio nombre: “Miguel de Cervantes”, leyó don Miguel . Hasta su propio nombre habían escrito antes que él. Todo había sido hecho, todo estaba ultimado de antemano y aquel final de la segunda parte aparecía tan completo que ni siquiera era necesario firmarla. Y sin embargo una furia vencía a su paciencia y con aquel brío sordo que le atenazaba mojó su pluma de ave, se acercó a la luz y pasó la punta de la pluma sobre los trazos de la rúbrica siguiendo aquella M grande y angulosa y reescribiendo el nombre de Miguel sobre aquel otro Miguel que alguien había escrito. Y con pulso y con furia pasó luego a su apellido y mojando la pluma de nuevo contempló aquel “Cervantes” en la página, como si le retase a él en el silencio de su pobre habitación. Y firmó de nuevo sobre aquel apellido y notó sin embargo que la mano no le obedecía cuando su mente la obligó a inventar otra rúbrica, porque como antes le había pasado con cada episodio nada podía cambiar por mucho que se devanase los sesos y afilara su fantasía. Había que escribir lo escrito por el “otro” y había que firmar tal como el “otro” lo había hecho hacía tiempo, con aquel trazo de rúbrica que a Don Miguel le impresionaba.

Y entonces Don Miguel, irritado, quiso dejar un“sello” personal suyo, anticipándose al otro Cervantes y consumiéndose de impaciencia, volvió al principio , a reescribir su
Quijote. “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme” comenzó, y luego prosiguió. Y siguió adelante escribiendo, y tras dibujar a su personaje, continuó: “ Es, después de saber, que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso — que eran los más del año — se daba a leer libros de caballerías, y con esta afición y gusto olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer , y así llevó a su casa todos cuantos pudo haber de ellos, y también imágenes —y así lo quiso escribir don Miguel en su nuevo “Quijote” —, porque las imágenes venían encerradas en televisores de todos los tamaños, y los televisores, con sus historias iluminadas, deslumbraban a Don Quijote, y ,así, llevó a su casa no sólo libros de caballerías sino cuentos iluminados, informativos repetitivos en distintos idiomas, canciones, desfiles, reportajes, bailes, entrevistas, y todo con tan gran variedad y tan entremezclados que no le daba tiempo al sobredicho hidalgo a ver lo que aparecía y desaparecía en el mundo, que una noticia pisaba a la otra y era difícil despegarlas porque las imágenes se imponían sobre las noticias y las mentiras pasaban por verdades, simulando una verdad que parecía instantánea como mentira que permanecía perdurable. Y fue así como el hidalgo fue perdiendo el juicio, y así se lo encontraron vagando solitario en su Rocinante.
José Julio Perlado del libro “Relámpagos” Relato inédito. Todos los derechos reservados.

(Imágenes- 1-Mariano de la Roca y Delgado- Cervantes imaginando El Quijote- 1858/ 2-celda de Argamasilla De Alba/ 3- El Quijote – Daumier/ 4- Cervantes- Juan de Jauregui)