
Al parecer— según diversos estudios — el límite extremo de tolerancia que el oído humano puede soportar es el de 140 decibelios. Un susurro, cuya intensidad de sonido es de 20 decibelios, se hace difícil de entender; una conversación alcanza los 30. La televisión, en graduación normal, llega a 73. Un niño llorando asciende a 8O. Para muchos especialistas, el ruido que supera ya esos 😯 decibelios puede conducir a la astenia : depende de la sensibilidad, la edad y el trabajo. Se ha dicho que Madrid, en verano, hunde 9O decibelios en el oído del hombre: idéntica intensidad a de una estación de metro. Un camión pesado marca 39. Y una moto sin silenciador — uno de esos vértigos brillantes que penetran brusca e ininterrumpidamente en circuito de fuego atronador astillando la calma de las noches —sube la rampa de los 120. Es precisamente ese ruido inesperado, el exceso de intermitencia, el que puede actuar — según las características del ser humano — sobre el ritmo cardiaco, el aparato respiratorio, la digestión, la tensión arterial e incluso la vista y el sistema nervioso central: paralelamente, la memoria y la concentración, en ciertos casos pueden quedar afectados, así como la falta de sueño, alterada por tales violencias sonoras, llegarían a desembocar en efectos perjudiciales para el hombre. López Ibor en su libro “Alineación y nenúfares amarillos” aborda el dorso del ruido : su ausencia. Las experiencias de la denominada “privación sensorial’ muestran que el silencio absoluto se hace también insoportable. Introducidos en cámaras completamente insonoras y oscuras los sujetos sufren alucinaciones y fenómenos de despenalización. ¿Cómo ajustar ese punto que el hombre necesita para vivir, el de mantenerse en su “término medio”. ? El ser humano tiene derecho a permanecer solo cuando así lo desee. La libertad del hombre de estar consigo mismo queda privada por la irrupción de ruidos de la vida cotidiana, esos ruidos normales proyectados en altavoces de dispar estruendo.

Hace años se decía que Atenas era la capital del ruido. Una tarde estuve allí, junto a la Acrópolis, sentado en un sillón de piedra. Se cantó una canción muy cerca de mí, la oí, y al acabar estuve escuchando el silencio.
José Julio Perlado

Imágenes- wikipedia





































