«¿Para qué leer tanto libro nuevo que dicen lo que han dicho los libros antiguos, acaso un poquito peor? – se pregunta Azorín en enero de 1945 – El biografiado se acosta a los libros nuevos, pero no hace sino oliscarlos. Su instinto de lector, aquistado a lo largo de millares de libros, le avisa que el libro que tiene entre manos es obra chirle: se lo avisa a poco que el personaje haya leído unas páginas. Entre sus libros, apartado de todos, receso en su recepto, va pasando la vida este caballero. Los días van pasando; pasan las semanas; pasan los meses; pasan los años. Nada es eterno y nada es inmutable.»
«En todo libro nuevo, libro mediocre – quiere sin embargo completar Azorín estas reflexiones de sus «Memorias inmemoriales« un mes después, en febrero de 1945 – hay una partícula de acierto. Y no olvidemos que si no hubiera libros medianos, no lucirían tanto los excelentes. Estoy por decir, usando la paradoja, que si no existieran libros malos no los habría buenos (….) No tendríamos módulo para regular los libros buenos si no se produjeran los flojos (…) Si el personaje no desalienta nunca a ningún joven con palabras, ya no condenatorias, sino dubitativas, evasivas, ¿cómo no ha de tener la misma tolerancia con los libros? ¿Qué sabemos adónde llegará este novel que se acerca a nosotros con un libro que luego no nos place? ¿Cómo podremos afirmar que tras este estreno infeliz no vendrá el esplendor?»
(Imágenes.-1.-Franz Sedlacek– Biblioteca 1926- museos austriacos superiores/ 2.- L. Bloque/ 3.-Vanessa Bell)
