Recuerdos de mi estancia en los años sesenta por Italia.
«Once de julio de 1965 en Spoleto. Ezra Pound avanza
por la Plaza del Duomo sin que
nadie le mire, como un invitado más
al «Festival de Dos Mundos«. Aparece delgado,
extraordinariamente delgado, las mejillas
huesudas bajo la barba blanca, el pelo cano,
las manos aún firmes y nervudas, un brillo
inconfundible de hondura y de penetración
en sus ojos. Su figura tropieza casi con la
de un campesino italiano o roza con la de
un «señorito» de provincias que, en mangas
de camisa, en un ángulo, lanza largas miradas
a ¡las gentes que cruzan.
He salido temprano de Roma, a la hora
de la ciudad desierta que va a ser invadida
de calor; lie atravesado un bellísimo pueblecito
—Narni— asomado a la profundidad
de un valle. A las doce, en Spoleto, representación
en el teatro Cayo Melisio. Maravilla
encontrar de improviso en esta Plaza del
Duomo, en el interior de un edificio que
quiere ser anónimo, un teatrito dorado y
rojp, aparentemente nuevo, cuidado como
una miniatura barroca que estuviera escondido
en el fresco pozo de esta casa aplastada
de sol. Ya el público es un espectáculo
antes de que el espectáculo comience: se
mezclan inteligencias creadoras con mentalidades
simples, artistas con muchedumbres
de puebio. Aquí están jóvenes compositores
ingleses, pintores franceses, vanguardia y
tradición, roto cuanto pudiera haber de formal
y de aparente. Se escucha a Brahms, Chopin
o Schubert en pantalón vaquero o en tirantes
de playa; sólo veo un sombrero, el único
recuerdo de las elegantes tardes musicales
de Europa. Quedan más tenues las luces: el
patio de butacas ofrece, desde un ángulo,
un panorama insólito: poetas y agricultores,
ojos penetrantes y manos rudas. Es extraor-
diñarla esta luz rosada, sedante, que viene
de los palcos abiertos en silencioso semicírculo…

Ahora comienza el concierto: un
joven inglés balbucea con gracejo algunas
palabras en italiano.y sirve como presentador.
En primera fila, alguien, quizá venido desde
Suecia para abrazar el sol, estira sus piernas
en actitud desenfadada y libre para escuchar
las ondas de la música, frente a mí, un
niño negro que escucha inmóvil; a su lado,
cayendo sobre el anfiteatro, el pelo rubio
de una turista extasiada. ¿Dónde está Ezra
Pound?
Cuando salimos, le veo de nuevo andando
a pasos cortos, seguros, vestido con chaqueta
marrón y pantalones grises. De su barba
blanca y de su antiguo cuerpo entregado al
tenis y al boxeo, queda poco ya en este viejo
errante tal y como lo veo en esta mañana
de domingo. Camina lentamente hacia el fin
de su vida acompañado de su continuación:
una alta y rubia -mujer, quizá esa hija suya
casada .con un conocido egiptólogo. Parece
Ezra Pound —oscuro siempre— mucho más
transparente: sus hombros reducidos a huesos,
chupadas manos y mejillas y unas blancas
hebras levantándole una nube en el
pelo. Sólo sus ojos, mirando al futuro, dejan
que se vea su pasado, ese largo viaje de
contradicciones e ironías, ochenta años de
intuición y obsesiones que por el camino de
la poesía le han llevado desde el estado de
Idaho hasta estos pueblos Italianos.
Asciendo por la escalera de caracol de la
casa de Gian Cario Menotti en esta misma
Plaza del Duomo. Menotti ahora no vive aquí:
estos días lo ocupa todo Ezra Pound. Bellísima
sala en lo alto en esta casa de Menotti:
el mirador no tiene cristales ni ventanas y su
originalidad se completa con un mobiliario
fresco y ligero, de mimbre, que alarga su
tono amarillo hasta un pequeño bar. Menotti
entra rápido, me saluda. Me habían hablado
de que era muy nervioso, incapaz de permanecer
quieto ni siquiera en sus gestos:
es cierto. Pide una limonada, bromea con
el criado, me habla de España y de su teatro.
No cesa de hablar ni de moverse: de cerca,
advierto su rostro fatigado, una voz con cadencias,
unos ojos inteligentes.
Pasan las horas. A las tres y media de ese
domingo de julio abandono Spoleto y marcho
hacia Asís. Me acompaña el hondo mutismo
de Ezra Pound, que no habla, prácticamente,
desde hace años, que escucha, recuerda,
conserva su memoria, a veces llega a hacer
un esfuerzo y ante una pregunta responde
con un «sí» o con un «no».

Hoy recuerdo
que en 1968, Pasolini, en una entrevista televisiva,
logró romper aquel mutismo. Y le
hizo una pregunta terrible para el autor de
los «Cantos«, una pregunta que Pound no
acabaría de perdonarle: «¿Le agradaría en
este momento participar en una de esas demostraciones
que se hacen en América o
en Italia por la paz?» Y Pound respondió:
«Creo en las buenas intenciones, pero no en
la eficacia de estas demostraciones. Sin embargo,
desde otro punto de vista, como he
escrito en otro «Canto» incompleto, cuando
nuestros amigos se odian entre ellos, ¿cómo
es posible la paz mundial?»
Al caer la tarde de aquel 11 de julio
de 1965, una paz se abandona donde silencio
y soledad se densan. El sol está tímido.
Desde el pequeño jardín de San Damián, en
Asís, el horizonte se abre inmenso, campos,
montes y cielos siembran su belleza en el
mundo. Parece que pudiera cantarse aquí,
en el sitio donde se escribió, el «Cántico al
Sol». Una brisa va quitándole agobio a la
temperatura ardiente. Desde el ojo de la ventana
de este minúsculo jardín, la poesía—lo
dice con voz muda Ezra Pound—, es un
largo silencio».

José Julio Perlado.-ABC.-3 de noviembre de 1972
( por cortesía del Archivo de ABC)
(Imágenes:- 1.-Ezra Pound.-Henri- Cartier Bresson.-1971/2.-Ezra Pound.-1923.-Man Ray/ 3.-Ezra Pound.-foto de pasaporte.-bellswithin/ 4.-Plaza del Duomo en Spoleto.-members virtual tourist com)