EN LA DESPEDIDA DE LARRY KING

Hoy se despide el célebre entrevistador norteamericano Larry King tras 25 años en antena.

Como he señalado en alguno de mis libros, «muchas veces el entrevistador se siente entrevistado. No es necesario que suceda lo que le ocurrió al entrevistador del New Yorker, Ved Mehta, ante Bertrand Russell. Éste quedó sorprendido de que viniera a visitarle, y «cuando estábamos cómodamente sentados con nuestro té – cuenta el periodista – comenzó a entrevistarme: ¿cómo era que me interesaba por la filosofía cuando mi vida estaba en peligro?». Tampoco hace falta que se repita el interrogatorio a que sometió Kissinger a Oriana Fallaci. Kissinger, distante, disparó sus proyectiles de modo sucesivo: «se sentó en el sillón de al lado, más alto que el diván, y en esta posición estratégica, de privilegio, empezó a interrogarme con el tono de un profesor que examina a un alumno del que desconfía un poco (…) La pesadilla de mis días escolares era tan viva – confiesa Oriana Fallaci -, que, a cada pregunta suya pensaba: «¿Sabré contestar? Porque si no me suspenderá». Y Kissinger empezó a preguntar a Oriana Fallaci sobre el general Giap, sobre Thieu, Cao Ky, Ali Bhutto e Indira Gandhi. «Al vigésimoquinto minuto aproximadamente, decidió que había aprobado el examen». Ninguno de estos dos casos es necesario que suceda, aun cuando pudieran ocurrir. Y sin embargo, el entrevistador es consciente de que se le entrevista con los ojos, con los gestos, no solamente se observa la imagen que presenta, sino más que ninguna  otra cosa su preparación«. («Diálogos con la cultura«, pág 34).

Es «el entrevistador entrevistado«, forma singular que ofrezco hoy en Mi Siglo el día en que se despide como entrevistador Larry King:

ONETTI, AVENIDA DE AMÉRICA, OCTAVO PISO

«Y yo estaba sentado en el sofá del apartamento tercero de la octava planta, calle Chile al 600, aquel «San Telmo» que había colocado en el principio del Sur de Buenos Aires, e imaginaba con todos mis esfuerzos que aquel Onetti no vendría, y ahora me decía que para qué contar y recontar cosas que parecían muertas aun estando vivas sobre «La vida breve» y «Los adioses» y «El astillero» y «Juntacadáveres«, y acabando de morir a medias en mi interior para vivir en «Dejemos hablar al viento«, empujándome a ser literatura y salvación, ya desde mi mesa de oficina en la jamás y siempre existente «Brausen Publicidad» – cuando ya había algo de Arce en mí – y allí, en la calle Victoria, imaginaba a Stein, y a Díaz Grey, y a Mami, a Gertrudis, a la Queca, a Larsen y a Gunz, a Petrus y a Barrientos, a Medina y a Gurissa y a Frieda, mientras paseaba por la calle Corrientes, y Montevideo y Buenos Aires y ahora Madrid usurpaban con su fantasía la realidad en donde yo nací, entre Santa María y Lavanda, entre dos ríos, dos mujeres, dos sueños, aquel 1 de julio de 1909, en que yo, Juan Carlos Onetti, vine a un mundo sin papel de escribir y me inventó, en laberíntico ciclo novelesco soñado a veces, Juan Manuel Brausen.».

(…)

«¿Y sabe usted – me dijo Onetti aquella tarde de 1979, en su habitación madrileña, Avenida de América, octavo piso -¡qué  coincidencia, pero qué macanas! – que yo nací un 23 de febrero?» – saltó Onetti con el vaso de vino en la mano – ¿Cierto querido? – dijo Onetti asombrado – Mi preocupación es hacer el futuro« (….) Entonces el Onetti cansino apoyó el libro en sus rodillas y sacó su pluma; en la primera página escribió. «¿A José?…¿José Julio o Juan Carlos?» – preguntó-. Y al comprobarlo, trazó con letra limpia y afilada: «Para Juan Carlos Onetti, lector implacable, con mi amistad«.Y debajo (apretados los signos) firmó : «Onetti«. Trazó una línea horizontal y dijo: «Ahora, querido, vamos a tutearnos«. Y gritó, animado, cuando entró su mujer: «¡Déjanos! ¡La cosa se está poniendo brava!!«. Luego agregó: «Ella corrige; yo corrijo poco. Ella lo pasa a máquina«. Buscó en el bolsillo su séptimo pitillo, sonó el teléfono, levantó su altura, y habló un momento».

«Alguien nos miraba: el médico Díaz-Grey desde «La vida breve«. En ella había nacido corporeizándose gracias a la invención de Brausen. Ninguno de los Onetti nos sentíamos observados. Él y yo estábamos sentados en el sofá de Lavanda-Santamaría, en el Medio Paraná, a pocas cuadras del diario y del cinematógrafo, del club Progreso, los hoteles y el arrabal, no lejos de la colonia europea de los alrededores. Onetti, con su ojo desviado, miró a Onetti, taciturno y abúlico, y a mí y al «otro» que nos estaba observando». (…)» Hay señores – me dice Onetti de repente– que se han indignado porque no aguantaban la angustia». «Querido – me añade -, la próxima novela serán personajes. Mi afición es contar historias. ¿Saldrá un libro de infinitas historias? ¿Será una novela o será un cuento?». («Diálogos con la cultura«, págs 215-222)

Y ahí lo dejé, ahí lo dejo. Más de una vez en Mi Siglo me he referido a ese 23 de febrero de 1979. Onetti tumbado, Onetti hablándome. Varios Onettis a la vez preguntando y contestando a la entrevista.

(Imágenes:-fotos Claudio F Pérez Miguez y Raúl Manrique Girón.-elmundo.es)