
«Temo ver sangre» – confesó Patricia Highsmith hace algunos años -. Sorprendente y a la vez lógica declaración de esta autora – de la que ya hablé en Mi Siglo – en la que las veredas del mal se deslizan siempre tortuosas, juegos de personajes que traman falsedades y falsificaciones. «Yo no escojo mis temas en función de determinado gusto del público y jamás me ha interesado especialmente la literatura policiaca del género practicado por Agatha Christie. Simplemente escribo lo que siento, mi propia necesidad de escribir«. El mal en Patricia Highsmith está siempre menos teñido en sangre que en astucias cerebrales y frías, ese ir y venir de Tom Ripley, neurótico sonriente, psicópata escondido tras sus gafas de sol. Ahora se publican juntas varias de esas experiencias amorales de Ripley (Anagrama) y Germán Gullón, en sus comentarios sobre este libro, recordaba que en Highsmith se hace patente el reconocimiento de la existencia de la maldad humana. El mal, en la literatura y en la vida, siempre pide su tiempo, se agazapa en una espera paciente para dar el salto sutil de la ascensión calculada, la gran explosión nacida en el laberinto. Mientras uno está leyendo este post los rastreos del vientre del mal recorren la piel de la
tierra y las televisiones nos darán hoy noticia de cuántos males – aparte de los naturales – los hombres han urdido. A veces el mal limpia muy bien todas las sucias sospechas de sus móviles y el misterio del mal se presenta desnudo y brillante, sin que ningún detective pueda desnudarlo más. «La semilla del mal y la del bien vuelan por todas partes. – recordaba Bernanos en una de sus novelas –La gran desgracia está en que la justicia de los hombres interviene siempre demasiado tarde: reprime o marchita los actos, sin poder remontarse más alto ni más lejos que el que los ha cometido. Pero nuestras faltas ocultas envenenan el aire que otros respiran, y determinado crimen, del que un miserable llevaba el germen sin saberlo, jamás hubiera hecho madurar su fruto sin este principio de corrupción«.
Pero también el bien – mientras leemos este post – está pasando bajo los puentes cotidianos y deja un manso cauce de semillas que fructificarán un día inolvidable.
Lo que sucede es que el bien no goza de publicidad.
(Imágenes: 1.-Patricia Highsmith/2.- portada de una de las novelas protagonizada por Tom Ripley)