«Gustavo Adolfo Bécquer tenía su tertulia de amigos en el café Suizo. – cuenta Emilio Carrere – Eran todos gente de letras, o por lo menos de «chispa» (…), los mismos que, siendo ya viejos, fundaron aquella revista llamada «Gente Vieja«, que trinaba gallardamente con voz joven y enteriza entre el coro de cornejas del 98. Pero si el Suizo era la tertulia – el pasatiempo – de Gustavo Adolfo, este rincón del café del Prado era la íntima soledad. No es muy aventurado decir que aquí escribió sus Rimas. (…) Ante una mesa que hubo aquí escribió sus Rimas, sin pensar que algún dia habrían de publicarse. Eran lo íntimo – los fantasmas internos de su pensamiento -, a los que él sabía poner un nombre de mujer: Julia, Casta, Alejandra. Ninguna de las tres resulta simpática en la dolorosa biografía del poeta. Una se burlaba de su pobreza: «¡Por Dios! ¿Cómo quieren ustedes que yo pueda enamorarme de un hombre que se abrocha la chaqueta con imperdibles?». Así hablaba la musa de «Las golondrinas«, segun cuenta en un interesante artículo de «El Español» Juan Antonio de Laiglesia. Otra es la que dice que «una oda sólo es buena, – de un billete de Banco al dorso escrita». Y la tercera, la que era «coqueta mudable y caprichosa», tal vez Alejandra, «la que era tan hermosa», una rústica pueblerina de la provincia de Toledo».
«En este rincón, día tras día – sigue contando Emilio Carrere en «Madrid en los versos y en la prosa de Carrere» ( Edición del Ayuntamiento de Madrid, 1948) – fue escribiendo sus Rimas con una pluma tosca y un tinterillo de «recado» de escribir. (…) Pero hubo una rima que no está en las Rimas. Conservaba el autógrafo el viejo escritor Eduardo de Lustonó. La más sincera, reveladora y triste:
«Una mujer envenenó mi alma;
otra mujer emponzoñó mi cuerpo;
ninguna de las dos vino a buscarme;
yo de ninguna de las dos me quejo.
Como el mundo es redondo, el mundo rueda;
si, rodando, algún día este veneno
emponzoña a su vez, que no me culpen:
¿puedo dar más que a lo que a mí me dieron?».

(Vaya este pequeño recuerdo del Madrid antiguo, de los viejos poetas, de las calles estrechas, de las plazas abiertas, cuando acaba de evocar Juan Pedro Quiñonero en «Una temporada en el infierno» el nombre de Carrere, aquel bohemio, que fue gran amigo de mi abuelo materno, José Ortíz de Pinedo)
(Imágenes:- 1 Plaza Mayor de Madrid/ 2.-Gustavo Adolfo Bécquer, por Valeriano Bécquer/ 3.-madrileña calle de Toledo)