VIEJO MADRID (58) : VIVENCIAS Y RECUERDOS (3)

 

ciudades,.tbyyu,--.Madrid 1950.-Francesc  Català-Roca

 

El olvido intenta recuperar estos recuerdos de los que de vez en cuando estoy hablando aquí – ese despachito madrileño de la calle de Raimundo Lulio – y el recuerdo me lleva también hasta poemas que mi abuelo materno escribió a los 21 años. Nunca me habló él de su infancia ni de su orfandad. Quizá porque era Ortiz de Pinedo sencillo y humilde  y porque a un nieto no le interesen demasiado tales cosas. Tampoco me habló de la guerra. De cómo vivió la contienda en mi compañía más de tres años en aquel pequeño piso del barrio de Chamberí en el marco de un ejercicio heroico y devoto de abuelo dedicado a nieto. Tuve que enterarme después –por evocaciones directas de mi padre – de cómo una tarde de julio de 1936 (tenía yo entonces cinco meses) me llevaron mis padres, huyendo de las bombas que asolaban la Gran Vía de Madrid, desde la casa donde yo había nacido –  en la calle de Fuencarral  – hasta la casa de Raimundo Lulio. Allí me quedé más de tres años, en aquel pasillo de poesías y novelas, acunado por el estruendo de los proyectiles fulgurantes, atenazado por la potencia de los obuses, sobresaltado y preocupado siempre José Ortiz de Pinedo por su nieto; yo, en cambio, – como todos los niños del mundo – ignorante de toda contienda, correteando feliz primero por aquel pasillo y luego por la cercana plaza de Chamberí. Desde julio de 1936 a octubre de 1939 mi abuelo el escritor bajaba casi de madrugada entre los estampidos y las sirenas de las alarmas a hacer cola con los atemorizados madrileños hasta conseguir un bote de leche condensada para aquel niño que hoy escribe esto.

 

Madrid-unnhy-bomba en la Gran Vía- guerraenmadrid- por A Vargas- fuente AHM - SIPM

 

Por eso cuando Cansinos Assens, en su obra “La novela de un literato glosa a Ortiz de Pinedo – frecuentemente le llama Pinedo o Pinedito (como lo llamaba Villaespesa) – y, enlazándolo con su amistad con Emilio Carrere, habla de Pinedo como “aquel joven apocado que, no sin razón, se creía enfermo del pecho y lamentaba de antemano su muerte prematura “Es trágico – decía – morir así: solo, como un suicida. Yo querría morir de un modo solemne, patriarcal, en un lecho que rodeasen mi mujer, mis hijos y mis nietos, a los que bendeciría con mis brazos trémulos, y así extinguirme, dulcemente, como se pone el sol…”, hay que recordar a este otro Ortiz de Pinedo que tiene 56 años en plena guerra española y que se lanza “sin ningún apocamiento” cada madrugada, cercado por la angustia y por el hambre, pero sobre todo por la responsabilidad, en busca de la leche condensada que será la supervivencia de los suyos.

 

Cansinos Assens-vgt- abc es

 

Mis padres – por esos destinos de la Historia – habían conseguido salir de Madrid  y se encontraban, tras muchas vicisitudes, en Zaragoza. Yo me había quedado con Ortiz de Pinedo (y con mis otros abuelos paternos) en Madrid, un Madrid sitiado, un Madrid de refugios subterráneos, un Madrid  – que como todas las guerras del mundo – quizá ya es mejor no evocar. Pero en ese Madrid y a los 56 años mi abuelo ya había publicado, además de “Canciones juveniles”, Poemas breves” en 1902, Dolorosas en 1903, “Huerto humilde en 1907, “La jornada” en 1914, “El retablo de Don Quijote” en 1921. Eso en cuanto a poesía, y había entregado también al público diversas novelas a lo largo de los años anteriores a la guerra y numerosas narraciones aparecidas en en “El cuento semanal” o “Los contemporáneos”, como igualmente su aportación a los volúmenes dedicados a “Los poetas y a “sus mejores versos” (con prólogos a textos de Cervantes o de Alfonso Reyes) .

 

Ortiz de Pinedo- nnyu- El cuento semanal. marelibri com

 

Anoto todo esto como mero recuerdo aunque nunca se sabe si la aportación de un nieto pueda tener algún valor. Los prismas diversos desde los que se ven las figuras de las letras y las artes por sus familiares cercanos adquieren una densidad distinta y proporcionan siempre una peculiar iluminación. Pienso en los numerosos testimonios que rondan en torno a muchos escritores del mundo, sean ellos grandes o menores. Cada uno de esos recuerdos siempre descubre diversas facetas del personaje. No recordaré aquí más que algunos ejemplos entre muchos que podrían citarse sobre este aspecto de los testimonios familiares. Pienso, en el campo de la literatura alemana del siglo XX, las cruzadas opiniones que sobre el perfil de Thomas Mann han suscitado muchos miembros de su familia: hijos, hermanos, pero sobre todo – para mí muy queridas – las versiones de la mujer del gran novelista – Katia Mann – en sus “Memorias”. Pienso también en las opiniones dadas, dentro de la literatura rusa del XX, sobre el modo de ser de Alexander Solzhenitsyn: una, la de su primera esposa, Natalia Reschetovskaya, cuando el escritor ya ha dado a conocer “La vida de  Iván Denisovich” y “La casa de Matriona”; otra, la de su esposa segunda, Natalia Svetlova, cuando Solzhenitisyn vive en Estados Unidos. Podrían añadirse igualmente -ya en la narración corta norteamericana – las dos aportaciones que sobre el gran cuentista Raymond Carver hacen también, por un lado su primera mujer, Maryann Burk – en plena ebullición del alcoholismo del autor –, y por otro su segunda mujer, Tess Gallagher. En el campo español, los testimonios son asimismo innumerables; sólo por referirme a uno, anotaré aquí los recuerdos de Zenobia Camprubí en su libro “Vivir con Juan Ramón”.

 

Berlin, Thomas Mann mit Gattin

 

¿Qué quieren decir esos testimonios, vivencias y recuerdos? Que los enfoques de los familiares hacia las figuras de las artes o las letras proporcionan generalmente una nueva variante: se les ve a los escritores y a los artistas de modo cercano, a veces envueltos en su clima de intimidad, y siempre desde un ángulo distinto. En el caso de Ortiz de Pinedo yo sigo sentado ante él en este despachito de pantalla verde y cortinas azules de Raimundo Lulio, a ver qué me cuenta de la vida pasada, pero este hombre menudo, de lentes alados sobre la cumbre de la nariz, no me habla de la guerra – él, que ha bajado por esas escaleras  en busca de alimento para su nieto – y tampoco mucho de su obra, esa larga aportación minuciosa de sus manuscritos en prosa y en verso, sus tenaces y continuas gestiones para publicar aquí y allá, enviando sus cosas a “Blanco y Negro y a “La Ilustración”, y, – como recuerda Cansinos Assens -, “ que siempre andaba a la busca de un editor propicio”. Tampoco de sus colaboraciones en la mejor revista del modernismo, Helios”- como evoca Ricardo Gullón en sus “Direcciones del modernismo”- , aquella Revista que empezó a publicarse en 1903 y seguiría con sus catorce números hasta 1914, la Revista en la que Ortiz de Pinedo es compañero con sus escritos de Jacinto Benavente, Angel Ganivet, Emilia Pardo Bazán, Antonio Machado, Ramón Pérez de Ayala, Juan Ramón y tantos otros, entre ellos de Emiliano Ramírez Ángel, a quien mi abuelo conoció mucho. De eso no me habla Ortiz de Pinedo y de eso me enteraré yo después.

(una pequeña evocación familiar y literaria – y también madrileña – que de vez en cuando continuará…)

 

Emiliano Ramírez Angel- grd- Ramírez Angel con Galdós y Victorio Macho- abc es

 

(Imágenes.-1.-Catalá Roca- Madrid 1950/ 2- bombas en la Gran Vía de Madrid durante la guerra- guerraenmadrid- A Vargas- fuente AHM (SIPM)/ 3.- Rafael Cansinos Assens.- abc es/ 4.-portada de una novela de «El cuento semanal»-marlibri com/ 5.- Katia Mann y Thomas Mann en Berlín-1929-wikipedia/ 6.-Emiliano Ramírez Angel, con Galdós y Victorio Macho– abc.es)

 

 

 

SOLJENITSIN O DECIR LA VERDAD

«Lo que más me sorprende en este escritor – dijo de  Soljenitsin  Heinrich Böll en 197o   – es la calma que emana de él, de él, que ha sido discutido y amenazado más que ningún otro sobre la tierra. Se diría que nada puede arrebatarle esa sereniidad: ni los terribles insultos a los que está expuesto en su propio país, ni el «marcharse simplemente» que se le propone sin rebozo alguno, ese destierro que él rechaza. La calma de Soljenitsin no es la de un olímpico, sino la de un contemporáneo alcanzado por el curso de los acontecimientos, no la de un monumento viviente marcado ya por la pátina de la gloria». 

«Si pudiéramos acercarnos más a él  – escribí yo en un libro hace algunos años al comentar una fotografía suya de 1963 en Solotcha, cerca de Riazán, en lo profundo de Rusia – veríamos que este hombre que escribe bajo los árboles es el Premio Nobel ruso Alexandre Soljenitsin, autor de Un día en la vida de Iván Denísovich, de El pabellón del cáncer y de Agosto 1914. Ha escrito hace años entre ratones y cucarachas en la provincia de Vladimir, en lo que él llamó ‑y así tituló otro de sus libros‑ La casa de Matriona; ha redactado sus obras en los más diversos lugares, ha sobrevivido a las guerras, al cáncer y a los campos de concentración, pero cuando muchos años después el periodista francés Bernard Pivot logre entrevistarle para su célebre espacio televisivo, Apostrophes, el autor de Archipiélago Gulag (en su exilio del Estado de Vermont ‑Estados Unidos‑) habrá levantado no sólo una habitación sino una casa propia al servicio de su literatura:

     Recuerdo ‑evocará Pivot el techo de su casa de trabajo construida según las directrices del escritor para que él pueda ir sin perder tiempo hasta el principio de la gigantesca Rueda Roja (el gran plan de sus novelas) ¿Existe en el mundo alguna otra casa construida alrededor de un proyecto de escritura? En el piso bajo, la inmensa sala ‑biblioteca que contiene los manuscritos y las obras de referencia, así como una minúscula y encantadora capilla soleada y con iconos. En el primer piso, sobre enormes mesas, numerosas fichas y notas que corresponden a hechos históricos y a personajes: es ahí donde el escritor pone en escena todo el fresco novelístico. Y es en el piso superior, bajo la luz que entra abundantemente, donde él escribe.

Recuerdo la letra muy fina del antiguo prisionero del gulag, apurando con sus palabras los centímetros cuadrados del papel.

Y cuando el periodista se despida y se aleje mantendrá viva una precisa imagen:

     Saliendo, Natalia [Svetlova] (la segunda mujer del escritor) ‑dirá Pivot‑ nos ha mostrado allá en lo alto, entre los árboles, una luz. Es allí donde trabaja Alexandre. (…) Si hoy tuviera que retener un momento de esta visita a aquel que ha sido expulsado de su país, creo que escogería este movimiento de la cabeza y de mis ojos para mirar esa ventana violentamente encendida que disimulaba a Alexandre Soljenitsin, al que, sin embargo, yo veo.

Lo esencial, sin embargo, no es esa luz alta entre los árboles ‑esa ventana en Vermont‑ ni tampoco trabajar con el ruido de los ratones en la casa de Matriona. Lo esencial es todo a la vez, es decir, aprender a escribir en cualquier parte, con incomodidades o comodidad, con mucho o con poco tiempo, a horas distintas, en lugares diversos, en lugares creados por uno mismo, aprovechando retazos del día o de la noche». («El ojo y la palabra», Eiunsa, 2003, págs 92-93)

Este es el escritor que acaba de morir. (De él recordé en Mi Siglo el 23 de diciembre pasado la célebre entrevista que le hiceron para el canal estatal «Rossia» ) Fue un escritor que siempre quiso decir la verdad. Él escribió sobre la muerte de Tvardovski:

«Hay muchas maneras de matar a un poeta. En el caso de Tvardovski escogieron la de quitarle a su criatura, su pasión: su revista. Eran poco para este robusto caballero dieciséis años de humillaciones, humildemente soportadas: con tal de que viviese la revista, con tal de que continuase la literatura, con tal de que los autores pudiesen publicar, y los lectores, leer. ¡Era demasiado poco! Había que someterlo, además, al fuego de la injusticia: dispersar, aplastar la revista. Y este fuego lo quemó en seis meses; al cabo de este tiempo estaba mortalmente enfermo, y sólo su habitual resistencia le permitió vivir tanto tiempo y conservar, hasta el último momento, su plena conciencia. Sufriendo».

(Imágenes: Soljenitsin, Lefigaro.fr/AFP.-Lemonde.fr)